viernes, 5 de junio de 2015

PRÓLOGO A "Y TE LLAMÉ PIEDRA CÚBICA"






PRÓLOGO


Juan-Manuel García Ramos
Catedrático de Filología Española
Universidad de La Laguna

El «método masónico» y lo que justifica que una persona decida formar parte de esta organización, consiste en un aprendizaje a través de «signos y no palabras, porque estas limitan», según afirman los iniciados de esta Obediencia universal. 
Pero el costarricense Manuel Marín Oconitrillo, dedicado desde hace años al cultivo de la canción culta (lied) y de la literatura en casi todos sus géneros, y radicado en Colonia, Alemania, desde el año 2000, ha debido pensar todo lo contrario al disponerse a verbalizar con esfuerzo y buen gusto los símbolos más reconocibles de esa institución filantrópica de carácter iniciático, todavía rodeada de un halo de misterio del que no ha podido despojarse a pesar de sus esfuerzos recientes por divulgar sus creencias y sus prácticas.
No sé si Manuel Marín Oconitrillo ensaya el desciframiento de esos símbolos desde la militancia de tal causa, pero nosotros hemos querido leer las páginas de  su poemario Y te llamé piedra cúbica. Versos masónicos, sin entrar ni salir en su condición de masón o de persona ajena a ese rito, pues los emblemas masónicos revisitados por el lenguaje de Marín Oconitrillo cobran nuevas significaciones y se abren a una lectura pública, más allá de cualquier vinculación con la Sociedad secreta en la que han nacido.

Dijo el escritor, profesor y crítico angloestadounidense W. H. Auden que el impulso que lleva  al poeta a escribir un poema brota de los encuentros de su imaginación con lo sagrado. Gracias al lenguaje –continúa Auden–, no necesita nombrar ese hallazgo de manera directa, a menos de que así lo desee: puede describir un objeto en función de otro y traducir aquellos que son estrictamente privados, irracionales o socialmente inaceptables en otros que resulten aceptables para la razón y la sociedad.
¿Ha hecho tal esfuerzo Marín Oconitrillo al enfrentarse a los símbolos de la masonería, apropiárselos y facilitarnos, a través del recorrido por ellos efectuado, una nueva interpretación de la existencia humana?

Y te llamé piedra cúbica. Versos masónicos es el camino de un aprendizaje, una pedagogía de la vida donde prevalecen los grandes valores respetados por generaciones y generaciones de seres humanos. Una poesía panteísta, donde todo parece ordenado desde el principio al fin de los tiempos por el Gran Arquitecto tantas veces convocado por Marín Oconitrillo en sus cuidados versos. 

La luz que ansía la verdad y repugna lo falso; la calavera que nos da pistas sobre lo efímero y lo ilusorio de nuestro mundo; el equívoco tiempo medido por el reloj de arena; el compás que traza nuestro camino de hermandad: la igualdad entre los hombres; el martillo, como el mazo o el cincel, que desbastan la piedra bruta y esculpen la ruta de la perfección; el collar de la necesaria recíproca protección; los guantes que nos preservan de las impurezas; el mandil que protege al aprendiz en su jornada iniciática; la cadena que denuncia la esclavitud como oscuridad del mundo; las gradas que incitan al poeta a regresar al país natal donde el gallo canta en la lejanía y la memoria nos fortalece; la escuadra y el nivel que vigilan que la igualdad impere entre los hombres y que la sabiduría no se corrompa; la luna que nos enseña su modestia frente al imperio del sol, las estrellas que contienen nuestro destino; la logia como la casa del mundo donde la tolerancia reina; la palanca como la fuerza del raciocinio y de la lógica que aparta la mezquindad; la identificación del poeta con la piedra cúbica que ha de ser pulida sin descanso hasta desembocar en la verdad anhelada…

Marín Oconitrillo ha ido de frente con los materiales poéticos puestos en su fragua y los ha moldeado a su antojo, casi descubriéndolos por primera vez en la aventura verbal que se ha impuesto. No se ha preguntado si existe o no existe una literatura masónica, como la crítica se empeña en desentrañar sin descanso, ha arriesgado un subtítulo algo provocador, por la declaración de principios que contiene: Versos masónicos. Y a partir de ahí nos ha dado su diccionario particular de esos símbolos compartidos por tantos millones de seres en el mundo. Las acepciones que Marín Oconitrillo les adjudica a esos conceptos nos obligan a mirarlos bajo una luz distinta, la del poeta que reconstruye «las palabras de la tribu» y les da nuevos significados, la del poeta que nos obliga a leer el mundo desde su particular punto de vista. En ese sentido, Y te llamé piedra cúbica. Versos masónicos, guarda una exquisita unidad, una armonía interna que nunca abandona el tono casi sagrado asumido desde el principio. 

Toda poesía trascendente tangentea la religiosidad, el eco solemne de las catedrales góticas, los repertorios renacentistas de la música culta, tan frecuentados por Marín Oconitrillo en sus andanzas profesionales paralelas. 

Y te llamé piedra cúbica. Versos masónicos parece ansiar esa filiación de «sagrada escritura» facturada desde lo personal e intransferible: la personalidad de Manuel Marín Oconitrillo dispuesta a revisar los viejos sentidos de las palabras respetadas y a darnos su versión desnuda del nuevo descubrimiento semántico, contaminado de tanta pasión como de afán de esclarecimiento urgido desde no sabemos qué instancias. 

No sé si existe una literatura masónica, aunque sí sé de tantos escritores que estuvieron bajo esa doctrina y nos legaron obras hoy indispensables para entender el devenir de la imaginación y la inteligencia humanas. 
Quizá no sea necesario hacernos esa pregunta. Pero lo que sí nos demuestra Marín Oconitrillo en su Y te llamé piedra cúbica. Versos masónicos es que los grandes valores defendidos por la orden masónica forman parte de lo que constituiría un catálogo básico de lecciones para alcanzar la perfección humana en un mundo al que llegamos y del que nos vamos sin entender el sentido último de nuestra presencia. 
A pesar de esa parte del enigma que nunca será despejada, los seres humanos, terrenales y celestiales por regla general, afilan las armas de su conocimiento y de su sensibilidad para pasar por su aventura existencial con la nobleza, el respeto a los demás, y el afán de hacer el bien y apartarse del mal; con toda la grandeza que han sido capaces de arbitrar desde el grado de civilización que les fue concedido. 

Esas preocupaciones se las reparten los miembros de la Masonería y los versos de Marín Oconitrillo, que, como dijimos por medio de Auden, han echado mano del lenguaje para facilitarnos una versión original y valiente de las viejas y solemnes verdades.





  

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